Sutilmente, cuando aún infante,
haber dejado mi estrecho vientre lamenté.
Presto el sol, produjó
melanina excesiva en mi faz,
y a mi alma limpida infectó
la consciencia que habría de cargar.
Y por las noches,
con el rostro salado y seco
me internaba bajo las cobijas,
buscaba el vientre de mamá.
Esperaba despertar, y no andar más,
ser parásito que se nutre de ella;
prolongar nueve meses a la vida eterna.
viernes, 16 de octubre de 2009
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