miércoles, 6 de abril de 2011

A Ofelia:

Y hasta ahora la etimología de tu nombre tiene sentido para mí. Y el viento veloz de esta bizarra primavera me atraviesa, y aunque sé de su velocidad y frescura, no puedo sentirlo; y yo, desvanecido mientras mi supuesto cuerpo avanza y nada me percibo, y mis ojos miran sin saber yo que miro. El universo me está velado, yo estoy velado al universo. El macrocosmos ha perdido una ínfima parte de si, un insignificante microcosmos. Yo –aunque ese “yo” ahora esté en fuga, desaparecido, o destruido, y sólo lo pueda referir como concepto y no porque pueda sentir la existencia de ese” yo”-, me constriño de la epidermis a las entrañas y no hay salida fuera de la epidermis y no entra nada a mi cuerpo. Y ya soy un intruso para el cosmos, ya soy imperceptible para éste, ya soy olvidado, ya callo, ya no soy.

El cuerpo avanza y actúa y se mueve y habla y escucha y…pero toda acción que insinúe que hay un ser vivo no es sino una falacia, pues sólo hay conocimiento y memoria que reproducen las acciones que ese humano, cuando aún lo era, realizaba. Pues sé que debo hacer más no siento más y a mí nadie más me siente.

El cuerpo se agota, se acaba en si y duerme a causa de la exigua energía, pues no hay más algo que la habite, sólo un cerebro que mecánicamente manda ordenes a través del sistema nervioso. Y entonces descubro que ocurre en el moribundo y su muerte: Su ser abandona su cuerpo, no es más él, sólo un cuerpo con un cerebro que almacenó el lenguaje, recuerdos, y demás pero que ya no siente más; y si acaso hay dolor es porque las terminales nerviosas avisan al cerebro de tal acontecimiento físico. Pero ya no hay más sentimientos y el moribundo se vuelve apático le da lo mismo vivir o morir, come mientras puede, pues ya no es nada, sólo el cuerpo que habitó su ser en algún momento. Y sólo esperar, sólo esperar a que la mínima energía que ha quedado de su ser se agote completamente para morir. Y por eso este cuerpo se duerme pues ya no está mas su ser, o como más común se entiende: ya no está su alma, y es entonces que se agota todo el tiempo.

Tú, Ofelia, sabes donde se encuentra ese ser, esa ser que tal cuerpo no tiene más, esa alma que se extravió. ¡Debes encontrarla!, pues sino, gigi san va a morir, se le escapó el alma de noche y ya no vive; su cerebro sólo remeda lo que él era, pero ya no está, se fue. Mas sé que, si abrazas su cuerpo aunque hueco, y pones tu aliento en el suyo como cuando sus almas se mezclaban en ese acto afectivo y único, su alma regresará en busca de la tuya y le devolverás la vida a gigi san.

Ahora, Ofelia, entiendo tu etimología. Ahora sé que debo pronunciarlo y comprenderlo desde su origen: ¡Opheleia! Lo repito:¡ Opheleia, Ofelia! (Socorro, Ofelia).

No dejes que muera gigi san, prometieron que lo harían juntos y que sus almas regresarían a la de esos pajaritos que alguna vez fueron. TAP