viernes, 1 de octubre de 2010

A

La desesperación de la quietud de la noche que, me permite escuchar mi corazón y saber, por tanto que estoy vivo, me llena de angustia y cólera; reprocho e injurio a la causa de la vida, y, he ahí que está dios. Ese hueco, esa nada que no responde nada.

Balbuceos. Y enseguida la imagen de un hombre que avanza lento; parece tener un retraso mental; trae en su mano izquierda cabellos que se ha arrancado y me amenaza con los mismos, mientras intenta decirme algo con su lengua, gorda, lenta y roja.


Sigo en la angustia. Ahora me desespero. Me intento tranquilizar. Toco la mitad de mi cara con mi mano y la piel se humedece, se transparenta, se enfría. No hay más piel, es sólo agua en un recipiente de cuerpo humano. Mezclo mis manos con mi rostro, con mi pecho. Ya no lloro, o si lo hago, no lo noto, pues el agua se mezcla.

La respiración se acelera, desespero, grito; la sed que no calma el agua, el calor que sofoca.